14/07/2007

Rio Madeira é assunto do Brasil, diz Amorim

Em resposta à "contrariedade" da Bolívia com a licença para hidrelétricas, chanceler afirma que responsabilidade é do país

Ministro diz que vai fornecer ao país vizinho informações técnicas sobre as obras em reunião na última semana deste mês

IURI DANTAS
DA SUCURSAL DE BRASÍLIA

O chanceler Celso Amorim disse ontem, em carta ao governo da Bolívia, que a construção das hidrelétricas do rio Madeira é um assunto soberano do Brasil e deve ser discutido por técnicos dos dois países. O documento afirma que as obras serão em território brasileiro segundo legislação interna.
O documento de Amorim serve de resposta a protestos do chanceler boliviano, David Choquehuanca, que enviou carta ao Itamaraty na quarta-feira em que expressou "contrariedade" com a emissão da licença prévia para as obras.
"Desejo assegurar que essa decisão foi tomada com base em completa e fundamentada análise de suas implicações econômicas, sociais e ambientais, segundo os rígidos padrões normativos da legislação ambiental brasileira", diz trecho da carta de Amorim.
O ministro das Relações Exteriores brasileiro endereçou a carta ao "caro amigo" e chanceler da Bolívia. Nela, apresenta detalhes sobre o impacto ambiental das usinas e ressalta que a legislação ambiental brasileira aplicada no caso é "rígida" e "criteriosa".
"Essas condições referem-se, entre outros importantes aspectos, a proteção de espécies migratórias, controle de epidemias, sedimentação de resíduos, presença de mercúrio, qualidade da água, áreas protegidas e controle do nível e vazão do rio", detalhou.
Em outro trecho, Amorim é direto ao dizer que "os projetos de Jirau e Santo Antônio e seus respectivos embalses estarão integralmente em território brasileiro e seu licenciamento é responsabilidade das autoridades ambientais brasileiras".

Encontro político
A carta brasileira esvazia a intenção boliviana de promover um encontro político para discutir as obras. Em vez disso, Amorim citou um convênio bilateral de 1990 para justificar a realização de uma reunião de técnicos dos dois países na última semana deste mês.
"Reitero a disposição do governo brasileiro de fornecer informações relativas às sucessivas etapas de implantação desses projetos", diz a carta.
"Essas condições atendem às criteriosas exigências aplicáveis de acordo com a legislação brasileira, e estou seguro de que também coincidem, em ampla medida, com as preocupações manifestadas em sua correspondência", afirma o documento.

Conflito
Essa "contrariedade" da Bolívia em relação às hidrelétricas de Santo Antônio e Jirau explicita a relação delicada mantida pelo Brasil com o país vizinho desde a chegada de Evo Morales ao poder. O presidente boliviano abrigou-se sob o apoio da Venezuela e estatizou o gás e o petróleo, com implicações para a Petrobras.
O Itamaraty avalia que as supostas preocupações ambientais do presidente boliviano não se justificam, pois o aldeamento mais próximo da fronteira brasileira ficar a 80 quilômetros e não existe indicativo de impacto ambiental sério para o país vizinho.

12/07/2007

Chaves Y Mercosul

Editorial I Venezuela y el Mercosur Miércoles 11 de julio de 2007 | Publicado en la Edición impresa


A poco más de un año de la incorporación de Venezuela en el Mercosur, la impronta política que pretendió adquirir el bloque con ella descarriló en la retórica grandilocuente, pero vacía de contenido, del presidente Hugo Chávez, más interesado en imponer su posición ideológica que en abocarse a facilitar la integración regional; solucionar las asimetrías que denuncian Uruguay y Paraguay, y tender a una mayor inserción internacional.

En lugar de asumir su papel de nuevo miembro, aún no confirmado por los parlamentos de Brasil y Paraguay, Chávez quiso tener la voz cantante del Mercosur con un discurso que, en verdad, dista mucho de las posiciones políticas de sus pares y del afán de crear en la región un espacio económico y político a imagen y semejanza de la Unión Europea.

Como espacio de integración económico, el Mercosur es, hasta ahora, una promesa incumplida, como pudo serlo, en su momento, la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (Alalc), creada en 1960 y frustrada tiempo después por su fracaso en materia de aranceles.

Como espacio de integración político, el Mercosur no ha colmado las expectativas de sus propios miembros, sobre todo desde que Chávez, acaso por sus dotes de showman o por sus ingresos petroleros, procuró asumir el liderazgo y marcar el pulso con sus consabidas consignas contra el capitalismo y el gobierno de los Estados Unidos.

Es dudoso, en realidad, el interés de Chávez en el Mercosur. Su ausencia en la última cumbre, realizada en Asunción en coincidencia con la gira que emprendió por Rusia, Irán y Belarús, demostró que no se siente obligado a participar de ese tipo de encuentros y que, asimismo, hasta se puede permitir una discusión pública con el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, por el rechazo del Senado de ese país a la no renovación de la licencia de Radio Caracas Televisión (RCTV), cerrada desde el 27 de mayo último.

En rigor, el Mercosur fue concebido como un gran espacio económico regional dentro del cual el objetivo inicial era alcanzar, con un arancel externo común, la libertad de circulación de bienes, personas y capitales. Desde entonces, la idea fue unificar en forma progresiva la política y la acción en todas las cuestiones que guardaran relación con la integración económica, de modo de profundizarla y perfeccionarla.

Hoy, el Mercosur es poco más que un foro de conversación y presión para asuntos que deberían resolverse en forma bilateral, como el conflicto de las pasteras entre la Argentina y Uruguay o, en nuestro caso, la grave crisis energética que padecemos.

El gobierno de Néstor Kirchner invitó a Venezuela a que se incorporara al bloque como miembro pleno, lo que requiere el proceso de la adaptación normativa y regulatoria del caso y necesita la ratificación de los parlamentos de los Estados miembros.

La demora en ese proceso, cual reflejo de la división de poderes ausente en Venezuela, hizo perder los estribos a Chávez. Por esa razón, si no por haber reprobado su actitud con RCTV, insultó a los legisladores de Brasil. Los tildó de "loros" por repetir, según él, las instrucciones de los Estados Unidos.

Tamaño despropósito, sin antecedente en la región, generó la reacción natural de un país que respeta a los demás y se respeta a sí mismo, y un pedido formal de disculpas, rechazado por Chávez.

Más que inaceptable, la conducta de Chávez parece ser incorregible. Aquella impronta política que pretendía incorporar el Mercosur encontró en él un factor de desunión entre los miembros, ya divididos por los reclamos frecuentes de Uruguay y Paraguay por las asimetrías, así como por las pugnas bilaterales entre la mayoría de ellos.

Los parlamentos de Brasil y Paraguay, que aún no han aprobado la incorporación de Venezuela en el Mercosur, harían bien en no precipitarse, en meditar los costos y el beneficio, si lo hay, de dar una señal más política que constructiva. Muchos se preguntan quién es el verdadero interlocutor del bloque: aquel que grita más alto o aquel que, como Lula, procura rendir tributo al don de paciencia.

Los dilemas de Occidente

http://www.lanacion.com.ar/opinion/nota.asp?nota_id=916286

Por Carlos Escudé
Para LA NACION

La razón retrocede en nuestro mundo, y no sólo a causa del extremismo islámico. En un plano filosófico, tres Occidentes coexisten conflictivamente en la primera década del siglo XXI. Por un lado están aquellos que adhieren literalmente a las Escrituras judeocristianas. Esta facción, que alguna vez dominó, retrocedió a lo largo de tres siglos frente al embate de la Ilustración. Casi se extinguió, pero hoy ha renacido gracias, principalmente, a fundamentalistas protestantes que, entre otras cosas, promueven con éxito el creacionismo bíblico.
Por cierto, desde hace varias décadas asistimos a un fenómeno opuesto al de los siglos anteriores. El Occidente liberal y secular claudica frente a un Occidente religioso y fundamentalista, que en algunos estados norteamericanos ha conseguido prohibir la inclusión de las teorías de Charles Darwin en la instrucción pública. Aunque la ciencia avanza a raudos pasos en los centros del saber y los gabinetes de desarrollo tecnológico, una cuña se ha interpuesto entre la vanguardia de nuestra civilización y las grandes masas, generando bizarras paradojas. Esta embestida, que vista desde los valores del Occidente liberal y secular es oscurantista, está anclada en una interpretación literal de contenidos bíblicos.
Por su parte, el Occidente secular se subdivide en dos segmentos reñidos entre sí: el que permanece fiel a las ideas de la Ilustración y el posmoderno, cuyas concepciones multiculturalistas lo alejan crecientemente del liberalismo original.
El conflicto entre estas cosmogonías seculares deviene de un dilema de difícil resolución. Los herederos del Iluminismo nos recuerdan que la democracia republicana descansa en la premisa de que el individuo humano posee un valor trascendente, que lo dota de derechos esenciales compartidos por todos los hombres y mujeres de la Tierra. Quizá no sin razón, han concluido que una sociedad basada en esta concepción ha alcanzado una moral cívica superior a la de aquellas que la ignoran. Ergo, las culturas no son moralmente equivalentes.
En la vereda de enfrente, los adeptos a la corrección política vigente rechazan toda presunción de superioridad moral por parte de la cultura cívica occidental, por lo menos frente a civilizaciones de comparable arraigo histórico. Rechazan las premisas de la Ilustración, a las que consideran antiestéticas e incompatibles con la sofisticada ciencia social posmoderna. La realidad de democracias multiétnicas y multiculturales hace de esta una actitud cómoda y atractiva.
Estos posmodernistas no intentan refutar el postulado de que todos los individuos poseen los mismos derechos esenciales. Les alcanza con señalar que, aunque ellos comparten esa venerable creencia, ¡nadie la ha demostrado jamás! Es cuestión de fe, como cualquier premisa teológica. Razonan que, en un plano lógico, no hay diferencias entre la imposición de la religión laica de los derechos humanos a un pueblo que cree que las adúlteras deben ser lapidadas, y la pretensión de los extremistas islámicos de imponernos las penalidades de su ley sagrada cuando un periódico occidental publica caricaturas de Mahoma. Por cierto, las caricaturas ofenden el sentido moral de los musulmanes tanto como las lapidaciones ofenden el nuestro. Para nosotros es sagrado el derecho a la vida de esas mujeres; para ellos lo es la dignidad de Mahoma.
Es por eso que, a diferencia de quienes defienden la herencia de la Ilustración, nuestros posmodernistas sugieren que existe una equivalencia moral entre estas culturas tan disímiles. Y en esta brega al interior de nuestra civilización, ellos ganan posiciones en casi todos los frentes, mientras el fundamentalismo bíblico se recupera parcialmente a costa del Occidente liberal y secular, que es el gran perdedor.
Por otra parte, aunque en su contenido ambas cosmogonías seculares se oponen al fundamentalismo judeocristiano, en términos de su lógica interna, el pensamiento derivado de la Ilustración está más cerca de dicho fundamentalismo que del multiculturalismo posmoderno. Iluministas y fundamentalistas creen en sus respectivas Verdades, y es por eso que comparten una mayor disposición para ir a la guerra que los multiculturalistas.
Por cierto, nada hay tan ajeno a los fundamentos judeocristianos como la creencia de que todas las culturas son moralmente equivalentes. Tanto para el Antiguo Testamento como para el Nuevo, la tolerancia religiosa es por lo menos indeseable. Para las Escrituras judeocristianas hay una sola verdad, y según sus fundamentalistas, todo lo que se le oponga debe ser combatido.
A su vez, los verdaderos liberales tampoco suscriben a la equivalencia moral. En esto coinciden con los religiosos moderados y con los fundamentalistas, aunque diverjan sobre lo que hace superior o inferior a una cultura. En lo que toca a las relaciones entre los individuos y el Estado, la Ilustración nos enseña que hay una verdad que eclipsa a las demás y no acepta excepciones: la que afirma que todos los hombres y mujeres poseemos los mismos derechos esenciales.
Por lo tanto, sus adeptos rechazan el multiculturalismo relativista tanto como los fundamentalistas bíblicos. Aunque las verdades pregonadas por la Biblia y por la Ilustración son diferentes, ambas son la antítesis del relativismo. Las dos facciones adhieren a un realismo filosófico que supone que, incluso en el plano moral, hay verdades objetivas que son más que meras construcciones sociales. Y ambas están asediadas por el multiculturalismo triunfante, que, paradójicamente, se ha convertido en el aliado táctico del extremismo islámico, a pesar de que en sus esencias es su enemigo estratégico.
Obsérvese que nada hay tan radicalmente igualitario como el multiculturalismo, que a fuer de relativista todo lo iguala. Y nada hay más absolutista que el extremismo islámico, que pretende imponerle al mundo un orden teocrático. Sus adeptos son tan ajenos al espíritu multicultural, que ni siquiera nos aceptan como turistas en sus ciudades sagradas.
No obstante, en la actualidad se plasma una alianza implícita entre este multiculturalismo occidental y el fundamentalismo islámico. Los biempensantes de Occidente parecen creer que hay que ser tolerantes incluso con la intolerancia, si ésta proviene de una matriz cultural histórica. Por eso, el multiculturalismo priva a Occidente de las defensas necesarias para luchar de igual a igual frente a un extremismo islámico que, a diferencia del judeocristiano, muchas veces deviene en terrorista.
La pregunta es, entonces, ¿quién ha de ser el aliado táctico de los hijos de la Ilustración en esta nueva era de la historia mundial? Aliarnos a los fundamentalistas bíblicos implicaría traicionar un imperativo categórico del liberalismo: la tolerancia. Plegarnos a un multiculturalismo secularizado que le hace el juego al extremismo islámico equivaldría a contribuir a la destrucción de Occidente. Permanecer solos, finalmente, significaría caer en la irrelevancia y también, por omisión, contribuir a la extinción de nuestra cultura.
Tal es la magnitud de los dilemas que enfrenta Occidente.
El autor es director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad del CEMA.